El 11 de septiembre de 1903 nace en Frankfurt Theodor
Wiesengrund Adorno, hijo de un comerciante de vinos y una soprano, y hermano de
una pianista. Su madre y su hermana, ligadas a la música como eran, le
inculcaron esta afición que se mantendría durante el resto de su vida. A los 17
años, Adorno ya escribía sus primeras piezas musicales de corte vanguardista.
Estudió filosofía, psicología, sociología y música en la Universidad Johann
Wolfgang Goethe de su ciudad natal y presentó su tesis doctoral sobre la obra
de Kierkegaard, luego de que le fuera rechazado un primer intento en el que
trataba a Kant y a Freud.
Adorno y la Teoría Crítica tienen una interpretación
marxista de la sociedad. Para ellos, su estructura está organizada en tres
distintos planos. El primero, el plano económico, con una tensión constante
entre los dueños de la acumulación de los recursos del capital y el
proletariado, aquellos que solo son dueños de su familia, de su prole. Esta
tensión se sitúa en la base de la sociedad y sería la base de la teoría más
ortodoxa y economicista del marxismo. Por encima están las “superestructuras”,
es decir, la esfera cultural en la cual están contenidas las mentalidades, las
estéticas, los valores. Por último, están los aparatos ideológicos, aquellos
encargados de preservar mediante su autoridad o su fuerza el orden ideológico
de la sociedad. En esta esfera están el Estado, el ejército, la Iglesia, la
escuela, la familia, todos órganos con poder normativo o coercitivo.
Este modelo se sitúa en un contexto histórico posterior
–pero no alejado– a la Revolución Francesa, a la Ilustración, definida por Kant
como el motor que da inicio al triunfo de la razón autónoma, donde se tiene una
fe casi ciega sobre esta. Dada esta fe es que, combatiendo al mito medieval, el
poder casi omnipotente de la razón, desde la Ilustración hasta nuestros días,
ha transformado el concepto de verdad reduciéndolo a un mero conjunto de
comprobaciones matemáticas, positivistas. En línea con esto, el hombre ha
querido utilizar la razón para dominar a la naturaleza, sin darse cuenta que al
dominar a esta, termina dominando a los propios hombres, debiendo mantenerlos
uniformes y controlados, factibles de ser matemática, y por ende, racionalmente
estudiados. Es por eso que la razón, al enfrentarse al mito, se convierte en
él, en un mito de posible control del todo pero que no puede ser conseguido sin
el control de los demás, que no puede solucionar, por ende, la tensión por la
diferencia entre las clases sociales porque solo la agudiza, solo agranda la
brecha entre dominantes y dominados. Esta es la razón instrumental, la que es
utilizada como instrumento para dominar.
Esta es, para Adorno la dialéctica negativa de la
Ilustración, una dialéctica que en vez de alcanzar la síntesis entre los
opuestos se divide constantemente, está hecha de divisiones y condenada a
ellas. Como mencioné, el mito de la razón consiste en que esta no es capaz de
reconciliar las tensiones de clases, más bien las agrava; y así, esta
dialéctica negativa se basa en contradicciones tales como el conocimiento de la
explotación en los procesos de producción y el conformismo con ellos.
En consecuencia con todo lo anterior, en la sociedad
burguesa moderna, como la concibe Adorno, existe una alianza entre aquellos
dueños del capital y los exponentes de los aparatos ideológicos de la esfera
política para utilizar las superestructuras culturales en pro de mantener
controlado al proletariado. Es decir, la razón instrumental desarrolla una
cultura para las masas, una industria cultural ubicada entre las mentalidades y
las estéticas pero con características particulares que tienen como fin atontar
al espectador con un proceso sistematizado, estandarizado. La Industria
Cultural será explicada más adelante. Es así como los medios de comunicación en
esta sociedad burguesa moderna pasan a formar parte de los aparatos ideológicos
con poder normativo, cumpliendo una función similar a la de la Iglesia o la
escuela.
Theodor Adorno concibe a la sociedad como una estructura con
tres planos: económico, cultural y político. En el primero se sitúa la disputa
clásica marxista entre el capitalista y el proletario; en la segunda, las
superestructuras de producción de contenidos y formas de pensar; y en la
tercera, los aparatos ideológicos de control, entre los cuales ubica a los
medios de comunicación. Estos, en alianza con los dueños del capital, buscan la
forma de controlar a las masas mediante la producción de contenidos en una
Industria Cultural.
La Industria cultural es el arma de control de masas dentro
del sistema planteado por la Teoría Crítica. Se caracteriza porque sus
contenidos, es decir, la Cultura de Masas, son monótonos, repetitivos y
embobantes. No busca ser original ni instar al pensamiento reflexivo, por el contrario,
busca brindar estímulos rápidos de respuesta inmediata, por medio de los cuales
la persona concibe a la crítica como un esfuerzo innecesario y demasiado
trabajoso. Se aplica el principio de estandarización en la producción de sus
contenidos y se rige por la rentabilidad que estos puedan obtener.
Los planteamientos de Theodor Adorno y, en general, de los
teóricos de la Escuela de Frankfurt son aún reconocibles en el presente. Prueba
de ellos son los debates sobre la parcialización de los medios de comunicación
con intereses distintos a los que honestamente podrían defender. Además la
polémica en torno a la apropiación del trabajo y explotación de las personas
para fabricar productos que no guardan rastro de ellos y que son consumidos por
un conjunto de personas que creen que todo anda bien y camino a algo mejor.
Finalmente, está el debate sobre la tiranía del rating por sobre lo realmente
valorable en los contenidos de las industrias culturales de hoy y es claro que
estos siguen siendo víctimas de la monotonía y los formatos preestablecidos. No
obstante, aunque todo esto puede sonar fatalista y exagerado, es menester
aclarar que esto es solo un modelo que habla de tendencias, las cuales pueden
ser constatadas en la realidad pero que sería un error tomar como reglas
absolutas.
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